Desde la época de la Colonia había existido la necesidad de dirigir la mirada desde Buenos Aires hacia el mar, hacia el sur; en principio, para aventar las pretensiones extranjeras de las otras potencias europeas pero, fundamentalmente, para asegurar el dominio y posesión de su territorio y del mar adyacente.
Como una historia repetida cíclicamente, la ambición extranjera sirvió como incentivo para proyectar hacia el sur el ejercicio del dominio territorial. Dos hechos casi simultáneos son buen ejemplo de esto: la instalación de poblaciones en las islas Malvinas, por parte de Francia primero y por Inglaterra poco después; y la ocupación transitoria del Estrecho de Magallanes por los ingleses. Estos hechos, ocurridos en el siglo XVIII, indujeron al rey Carlos III a reforzar el extremo sur, con lo que casi inmediatamente convirtió a la gobernación de Buenos Aires en un nuevo Virreinato. Este gesto, aparentemente administrativo, equivale en su concepción estratégica al de la creación, 110 años más tarde, del Puerto Militar.
Un hito importante dentro del movimiento en pos de la fijación de los límites nacionales es la fundación de la Fortaleza Protectora Argentina el 11 de abril de 1828, origen de la ciudad y puerto de Bahía Blanca, y que fue una verdadera avanzada hacia el desierto para posibilitar el control de la Patagonia.
Entre los acontecimientos históricos que la rodean, la fundación de Bahía Blanca y su puerto fue una circunstancia afortunada, consecuencia natural del progresivo avance hacia el sur. Cuando se buscó el lugar para construir un puerto militar en el siglo XIX, su existencia debe haber resultado un fuerte condicionante para dirigir la mirada hacia la ría.
El nombre de Belgrano
Ciertamente, el lugar no fue elegido al azar. En la época del Virreinato ya se había explorado la costa por vía marítima, única forma practicable, ya que resultaba difícil la exploración del interior patagónico por tierra.
Hace dos siglos, cuando en la boca del río Negro se estableció Carmen de Patagones, el estuario de Bahía Blanca ya era un lugar conocido; y ambos se utilizaban con periodicidad como refugio temporario para las naves a las que sorprendía el mal tiempo, pues son particularmente abrigados para protegerse del temporal.
El Almirante Guillermo Brown utilizó sus aguas para las reparaciones y el alistamiento de algunas naves, lejos del escenario de las batallas del Río de la Plata, y ambos fueron fondeadero de reserva de la Escuadra. Para ello había enviado en 1824 al bergantín «General Belgrano» al mando del Coronel Francisco Seguí, para hacer el relevamiento hidrográfico de la ría de Bahía Blanca y elegir el fondeadero apropiado. Con ello dio involuntariamente nombre al lugar: «los bajos del Belgrano» o la «sonda del Belgrano», de donde deriva el nombre actual de la Base.
Este lugar está al Norte de Punta Cigüeña cerca del Fondeadero Reservado, de fondo muy duro, y aunque allí es dificultoso hacer que el ancla «haga cabeza», es un excelente tenedero aún para buques de gran porte y con muy mal tiempo; en las cartas náuticas del siglo XIX ya figuraba como Puerto Belgrano. El Coronel Seguí no sólo levantó la carta de sondajes del lugar, sino que dejó en ese lugar y para siempre el nombre de su buque.
No se puede evitar la referencia náutica para elogiar la minuciosa labor de los hombres que eligieron con precisión ese lugar en el extenso estuario, donde el buen tenedero descripto hay que buscarlo con práctico, para que señale el lugar exacto donde soltar el ancla. Es obvio que los hombres del «Belgrano» ya lo sabían en 1824.
Avanzando el siglo, el Gobierno argentino advirtió que debía ocupar el gran espacio vacío de la Patagonia y su mar adyacente; con esa intención, cuando Chile avanzó sobre nuestros límites en 1878, envió una expedición al río Santa Cruz, que es considerada como el origen de la Flota de Mar. Posteriormente fue menester la construcción del Puerto Militar para su sostenimiento; fue llamado Puerto Belgrano en 1943, cuando se le impuso el nombre que ya tenía el lugar de su emplazamiento.
Es obvio pensar que en el ánimo de nuestros gobernantes debe haber pesado fuertemente la triste experiencia de la pérdida de las Islas Malvinas. Lo cierto es que desde Sarmiento, y aún antes, existía la idea de ocupar y de ejercer el control de la Patagonia y su mar adyacente, que hasta entonces habían sido explorados a medias, y casi nada utilizados, a no ser por algún escaso emprendimiento privado o por la presencia de Luis Piedrabuena, de cuyo notable esfuerzo debemos decir que actuaba en nombre del Estado Argentino.
No es posible olvidar aquí la presencia de naves extranjeras ocupadas en la pesca y sujetas prácticamente a ninguna clase de control o supervisión. La consecuencia de su actividad fue la extinción de especies cuya captura, bien controlada, hubiera podido ser un bien utilizable en nuestros días.